Cuando las redes se convierten en un infierno grande

RELATOS DE LECTORES

SANTA ROSA13/06/2024 Mabel Grillo
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por Mabel Grillo - [email protected] -


De todos los recuerdos que tengo de mi infancia hay uno que se repite bastante: es la escena de la cocina de mi casa, ubicada en un pueblo chico del sur de la provincia de Córdoba, donde algunos familiares conversaban con un vecino que estaba de visita. Mi padre o uno de mis hermanos cebaban el mate que se iba pasando, mientras charlaban de cuestiones que ocurrían en el vecindario. En estos espacios cotidianos circulaban informaciones, rumores, chismes y opiniones sobre eventos diversos del lugar. El clima era de interés, a veces de asombro, a veces de incredulidad: que fulana se casa, ya era hora que se casara, cuántos años estuvo de novio?; que mengano está vendiendo el campo, será verdad?, se dice que está debiendo mucho…y a qué se va a dedicar?; que en el último partido de fútbol, se pelearon en el club el hijo de uno con el de otro y parece que los padres ya ni se saludan. Así, pasaban las horas hasta que la visita anunciaba su retiro y a todos nos quedaba la sensación de estar al día por un tiempo.

Por su parte, quienes se iban a casar; quien, supuestamente, vendería su campo y quienes se pelearon en el club estaban al margen de esa conversación. Podían sospechar que en el pueblo se hablaba de esos temas, pero esa sospecha no alcanzaba para que tuvieran que reconocer la situación públicamente. Por ejemplo, si alguien se sentía salpicado por algún rumor que llegaba a sus oídos podía hacerse el desentendido, podía ignorarlo.

Hay quienes sostienen que en la actualidad el tiempo no permite aquellas demoradas visitas entre vecinos pero, en cambio, gracias a la virtualidad, han aumentado muchísimo las interacciones entre las personas y los intercambios son más fluidos y amplios que los producidos personalmente tiempo atrás. En aquel tiempo, más o menos indefinido, que podríamos llamar “antes”, los comentarios sobre “los demás” se daban en encuentros entre gente conocida hablando de conocidos. En nuestros encuentros virtuales actuales el grado de conocimiento que existe tanto entre las personas que interactúan como de aquellas de quienes se habla es variado, puede ser muy escaso o hasta nulo. Es decir, en las redes virtuales pueden hablar entre sí tanto personas muy conocidas en el mundo no virtual, que podríamos llamar real, como personas totalmente desconocidas.

Por ejemplo, en la virtualidad hay encuentros entre conocidos o amigos y aquello que se dice allí forma parte de las conversaciones cara a cara, en espacios compartidos de la vida no virtual. Todos saben que todos conocen ese historial común, lo que ha sido dicho y hasta aquello que podría ser dicho entre ellos. Pero, también hay encuentros en redes entre personas que son perfectas desconocidas en el mundo físico o real. En estos casos, el historial común de los encuentros virtuales es incierto. Puede ser efímero y cambiante y mostrar una falta total de compromiso entre los interactuantes, o puede conducir a encuentros continuados y estables; a veces, cara a cara, si los interactuantes lo fijan como un objetivo común. Hay contextos de interacción virtual entre perfectos desconocidos en los cuales el encuentro con alguno de los demás participantes en la vida real es altamente improbable y aún, si casualmente ocurriera, el reconocimiento mutuo exigiría un largo camino esclarecedor, porque identificar una persona real con una persona virtual no es un acto per se espontáneo.

Pero, hay una clase de interacciones virtuales que son generadas porque quienes participan comparten el lugar en el que viven o trabajan; en otras palabras, el espacio virtual se superpone al espacio físico común, en el que también las personas desarrollan una parte importante de sus encuentros interpersonales. Ejemplos de estas interacciones virtuales son aquellas producidas entre vecinos que comparten cuestiones corrientes o novedades que ocurren en el vecindario o promueven quejas, propuestas o soluciones en la prestación de los servicios públicos en un barrio o en una localidad. También, las que generan los empleados de una organización cualquiera para tratar problemas laborales comunes.

Como en el caso de los encuentros virtuales entre amigos o conocidos, en las interacciones entre personas interesadas en un tema relacionado al lugar o a un espacio compartido, nadie es totalmente anónimo. Y, como en el caso de los perfectos desconocidos, la virtualidad puede llevarlos a cierta falta de compromiso con los demás. No obstante, los temas que se tratan pueden requerir eventualmente “poner la cara” frente a los otros interesados, para demostrar compromiso con la comunidad de intereses que se ha generado y porque, en la mayoría de estos casos, hay influencias mutuas entre el espacio virtual y el físico o real. Lo dicho y hecho en un espacio, se traslada fácilmente al otro.

Participar manteniendo el anonimato -bajo un seudónimo, por ejemplo- en estos casos es muy difícil y desaconsejable. Dado que el ámbito de interacción personal, cara a cara, es compartido, si alguien lo hiciera los demás procurarán identificarlo y si lo lograran el interactuante pasará a ser indigno de confianza en los dos espacios. Porque ¿qué lo llevaría a no identificarse ante los demás si se parte de la idea de que allí están todos quienes persiguen un objetivo común?. Además, cuando la persona que se enmascara es alguien con quien se interactúa o se puede interactuar diariamente de manera personal, sin obstáculos, su anonimato aparece casi como una traición. Goza de un beneficio que ninguno de los demás tiene: hacerse el que no está enterado de aquello que todos saben y que todos saben que todos saben y, aún más importante, puede subir el tono de sus dichos, más allá del que podría sostener si estuviera identificado o en una conversación cara a cara.

A pesar de lo dicho anteriormente, puede ocurrir que en estas interacciones intervengan personas que no se den a conocer. Este proceder es estratégico en la medida que el ocultamiento habilita tanto a los demás a hablar de ellos libremente, por ejemplo, a criticarlos y, por su parte, a ellos mismos, a controlar lo que se dice sobre sus personas o sus grupos de pertenencia. Es posible imaginar que, por lo general, estos participantes están o se sienten en una posición de subordinación o en falta con la comunidad real.

Lo dicho hasta acá, surge de un episodio que viví meses atrás. Debía ocupar una empleada y en el momento de la entrevista de selección a una de las aspirantes le manifesté que pedía referencias porque cuando contrataba a alguien mi preocupación central era asegurarme su honestidad. La respuesta que recibí me dejó pensando. La entrevistada me contestó que hoy en día era imposible “quedarse con algo ajeno” en un trabajo porque inmediatamente saldría publicado en las redes y la persona que lo hubiera hecho “quedaría escrachada para siempre”. Y agregó: “yo estoy en las redes de gente de acá pero nadie me conoce; podrían hablar tranquilamente de mí y si leo que dicen algo de eso, lo hubiera

hecho o no, me moriría de vergüenza”. Me llevó un tiempo desentrañar algunas implicancias de la cuestión y mis reflexiones posteriores fueron contradictorias.

Desde mi posición de empleadora, los encuentros en redes entre locales -es decir, en los que se superponen el espacio virtual con el territorial- parecían cumplir “un servicio a la comunidad”; pero, al mismo tiempo, para quienes son objeto de lo que se dice en ellas pueden transformarse en un infierno grande, mil veces peor -por su difusión generalizada- que un pueblo chico. Hay muchas razones por las cuales aquello que alguien afirma no sea verdad. Siempre son posibles los errores, las malas intenciones, el desconocimiento y la confusión, cuestiones que en los encuentros virtuales pueden aparecer con mayor facilidad. Al mismo tiempo, la información que circula en las redes se amplifica rápidamente y, con frecuencia, lo dicho se considera veraz nada más que por su viralización, es decir, porque todos lo repiten. Cuando la gente se conoce o es fácilmente identificable en la vida real, como en estos casos, todo luce mucho peor para aquellas personas que son objeto de un chisme malicioso, aunque sea virtual.

En este mundo virtual y fluido no hay tiempo para las rectificaciones, aunque, para tranquilidad de los afectados, puede haber lugar para el olvido, algo muy difícil de encontrar en los pueblos chicos. En el pueblo de mi infancia nada se olvidaba, todos se conocían y había personas a las que se les creía y otras de las que se desconfiaba. Los temas cambiaban poco y la vida se movía en tiempos circulares: todo lo que ocurrió siempre volvía. En los comentarios de vecinos con mi familia, cada tanto, aparecían en la charla aquellos que demoraron en casarse y sus hijos; el que pasó a integrar el club de los venido a menos y aquellos padres que, desde que sus hijos se pelearon en la cancha de fútbol, se hablaban poco y nada en el mismo club al que seguían yendo. Y, así, los encuentros personales entre vecinos se sucedían y las conversaciones recuperaban lo que pasó más lo que pasaba, como si todo junto hubiera ocurrido ayer.

Entre vecinos y conocidos las informaciones, los chismes y opiniones circulaban antes y circulan ahora y en cada tiempo lo hacen en condiciones propias de su época. Nunca sabremos cómo se darían antes los chismes si hubiera existido la tecnología que ahora permiten las redes; justamente, antes es antes porque, entre otras cosas, no existía la tecnología que favorece la rápida circulación de nuestros dichos, la posibilidad de interactuar escondiéndonos o sin necesidad de responder por lo que decimos. No obstante, algunos espacios de encuentros virtuales de hoy se parecen bastante a los pueblos chicos de antes: son un infierno grande.