por Mabel Grillo - [email protected] -
Así como existen las identidades personales, los colectivos humanos también son fuentes de identidad. Entre esos agrupamientos están los pueblos, las ciudades y hasta las naciones. En estos casos, la identidad es producto de percepciones colectivas construidas en el tiempo que surgen de experiencias, memorias y prácticas culturales. Es elaborada y organizada en significados más o menos compartidos que identifican al lugar y dan sentido de pertenencia a sus habitantes.
Partimos de esas ideas básicas para hablar de la identidad de Santa Rosa tratando de interpretar imágenes, dichos o expresiones que surgen con frecuencia en las interacciones cotidianas entre sus pobladores, referidas a comportamientos, rituales y paisajes del lugar. En las conversaciones y en el decir popular, esas representaciones generalmente siguen a su nombre calificándola. En pocas palabras, surgen cuando se dice “Santa Rosa es …” de tal modo. Así, se va construyendo una caracterización imaginada de la ciudad.
Contra algunas formas corrientes de ver la identidad debemos decir que ella no es fija. Debe asumir y elaborar las transformaciones de su entorno y de las condiciones en las que se construye cotidianamente, muchas veces para poder seguir siendo fuente de reconocimiento colectivo, porque sus integrantes también cambian. Todos sabemos que la Santa Rosa de hoy no es igual a la Santa Rosa de ayer, aunque sigue siendo la Santa Rosa que todos reconocemos como nuestro lugar, como el lugar en el que vivimos, en el que nosotros también cambiamos y nos seguimos reconociendo. En la medida que es colectiva, esa formación simbólica que da un sentido de pertenencia general y amplio absorbe o diluye diferencias y conflictos variados de sus integrantes; se asume en un plano diferente de las cuestiones personales o las que surgen entre líneas familiares de parentesco.
Una definición común entre los pobladores de Santa Rosa es que es una ciudad tranquila. Para decir algo similar, algunos dicen que es “como un pueblo grande”. También, es común escuchar que Santa Rosa tiene “vida propia”. Esta última expresión, vida propia, significa que si bien se asume como una ciudad turística no necesita del turismo para mantenerse activa. Podemos decir que la idea de pueblo y de tranquilidad van de la mano y, al mismo tiempo, grande se asocia a tener vida propia. Si bien estos pares de expresiones parecen contradictorias entre sí -pueblo/tranquilidad vs grande/vida propia- surgen repetidamente entre sus pobladores.
Esa forma diferente y simultánea de ver la ciudad es factible, en la medida que cuando hablamos de identidades colectivas hablamos de culturas y si hablamos de cultura indicamos diferencias de ciertas prácticas y sentidos propios de cada agrupamiento humano. Cuando marcamos diferencias, estamos comparando. Las ciudades son más o menos chicas que otras y más o menos activas que otras. Santa Rosa se puede ver como un pueblo porque es más chica que ciudades de referencia como Córdoba, Río Cuarto o Santa Fe pero, también, se la percibe grande porque es más grande que otras poblaciones vecinas del valle. Se dan datos objetivos que refrendan esta idea referida al tamaño de la ciudad: mucha gente de la zona viene al hospital de Santa Rosa y muchos niños que no son de acá cursan en sus escuelas. Una ciudad que presta servicios ya no es chica, aunque parezca tranquila.
El río Santa Rosa que cruza la ciudad con su transcurso ancho y caudaloso, en algunos períodos y, en otros, seco y cubierto de islitas, es único. Pero lo que caracteriza a este río son sus piedras y es interesante ver cómo conviven con ellas quienes se acercan a sus costas. Especialmente los turistas, quienes las usan para jugar y entretenerse, verano tras verano; las cambian de lugar, las acomodan unas sobre otras o unas al lado de otras, los niños arman piletas; los grandes reniegan con ellas cuando caminan por el río o intentan cruzarlo. Las piedras multicolores visten al río y sus costas: son rosadas, blancas, grises o negras; pueden ser muy grandes, medianas o chiquitas; también hay redondas, cuadradas, triangulares, romas o filosas; de todas las formas y tamaños. Y están ahí, siempre, como corresponde a las piedras, siendo testigos verano tras verano del carácter turístico de Santa Rosa.
Hay un personaje de la historia argentina que no ha sido demasiado recordado por la historia nacional. Solamente en la literatura ha tenido honores; claro que mostrando su costado más o menos trágico cuando resalta “su pena extraordinaria”. Aquí, en Santa Rosa, el gaucho tiene su fiesta y se reivindica su porte y su maestría en el dominio del arte de andar a caballo. Cuadras y cuadras de hombres a caballo, vestidos como lucían los gauchos de antes, con botas, bombachas, sombreros y rastras llamativas son acompañados por una población alegre, con niños que festejan a los jinetes admirando los hermosos caballitos que cabalgan. También, podemos decir que entre sus actuales habitantes hoy descubrimos herederos de esa fuerte tradición gauchesca de los comienzos de Santa Rosa.
Pero Santa Rosa, también ofrece un espacio para recibir a los jóvenes de toda la provincia. Les destina reconocidos lugares de entretenimiento y de reuniones y todos los 21 de septiembre cientos de jóvenes de la ciudad y de la región se juntan a la orilla del río en una playa que ese día se muestra como si realmente estuviera ahí para que festejen la primavera. Es un momento de ruptura; Santa Rosa deja de ser tranquila y los adultos, tanto locales como visitantes, deben retroceder o mantenerse quietos porque es muy difícil transitar por la ciudad. El movimiento es de ellos y la ciudad se expande con el bullicio y la alegría que irradian los grupos de jóvenes que se acercan a los negocios del centro procurando abastecerse de bebida y comida. Esta postal de Santa Rosa es única.
Podríamos seguir dando cuenta de hechos, paisajes, fechas, lugares que identifican a Santa Rosa: una capilla tan antigua como elegante; el imponente Calicanto Jesuita; la fiesta de los sabores serranos y, entre sus pobladores, una posición de cierta indolencia frente a los turistas, así como una disposición abierta para ir integrando paulatinamente a la inmigración continua que viene de las zonas altamente urbanizadas.
No obstante, también circula en la ciudad la versión que acusa a Santa Rosa de no tener identidad. Sin embargo, todos los agrupamientos humanos que comparten una localidad, un lugar en el que sus integrantes viven, desarrollan un sentido de pertenencia fundado en sus propias identificaciones, las cuales emergen cuando quieren decir “nosotros, los de acá”. Ese sentido común se produce en los encuentros cotidianos, en las charlas de vecinos, en los lugares de trabajo y de recreación, en los paisajes compartidos y en sus memorias, siempre únicas.
Ocurre que las ciudades parecen ir perdiendo su identidad cuando se produce el proceso modernizador, cuyos comienzos en América Latina se pueden ubicar entre los siglos XVIII y XIX (1). A veces más lentamente, a veces con mayor rapidez, se levantan construcciones cada vez más funcionales, se encienden mayor cantidad de luces, se acelera la circulación de bienes de origen lejano, se generan y al mismo tiempo se satisfacen necesidades similares y se accede a los avances tecnológicos disponibles al instante en todo el mundo. La incorporación progresiva de esas y otras innovaciones, con un mismo sentido transformador, llevaron y llevan a las localidades a parecerse cada vez más. Ante los cambios, producidos cada vez más rápidamente, surge la inquietud por la pérdida de aquello factores propios enraizados en su historia.
Así como algunas tradiciones se renuevan, otras se mantienen en la memoria como un pasado único y común. Los comienzos de la historia de Santa Rosa están en un relato que cada tanto se repite; algunas veces, en las reuniones de vecinos y otras, en los bares actuales cuando algún visitante curioso pregunta a un parroquiano local cómo empezó esta ciudad. En esta zona, originalmente habitada por los Comechingones, se instaló una estancia con una capilla. En sus tierras aledañas comenzó el poblado que luego se nombró Santa Rosa, igual que la estancia. Los registros históricos indican que esas tierras fueron donadas por Estanislao Baños y su esposa Mercedes Prado, en diciembre de 1877. Diego Garzón, en el año 1923, compró una parte de esa estancia para efectuar un loteo y es en este sitio donde hoy está el Centro de Santa Rosa (2).
Entonces, aunque muchas poblaciones de Argentina tuvieron un origen similar, la memoria histórica en cada lugar se procesa de una manera única. Esta ciudad tiene muchas cosas iguales a las de allá y a las de más allá, pero el “nosotros” que sus habitantes pronuncian, cuando quieren decir “los de acá”, pinta a Santa Rosa como una ciudad única.
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1 La modernización de América Latina es un tema que ha producido innumerables análisis. Diversos
autores, como García Canclini, sostienen que en esta región el proyecto modernizador es un proceso
inacabado y América Latina entra y sale de la modernidad en diferentes momentos y lugares.
2 Esta información fue proporcionada por la historiadora local Analía Signorile.