por Néstor Lucero - CEL: 3546 536050-
Árbol leguminoso con espinas, dicen que el caldén debe su nombre cristiano a su uso en las cocinas criollas y las calderas inglesas de los ferrocarriles.
Mucho antes de las primeras manifestaciones del capitalismo, el huitrú tuvo su nativo destino de sombra y protección. Aún resiste, como resistieron en la línea de los fortines los ranqueles. Con certeza, bajo su amparo, se celebraron los parlamentos y tras ellos, los continuos tratados de paz incumplidos por el huinca (fueron más de cien). Por estos días, en que se intenta, o por mejor decir, se viola la Constitución precedida por: para nosotros y para nuestra posterioridad y …………, conviene darse una vuelta por el imaginario aborigen, para comprender cuál era el proyecto país de nuestros hermanos y antepasados.
Traigo aquí un par de citas de Carlos Martínez Sarasola (1): “Vamos a ser una buena paz duradera para que vivamos como hermanos.” -sic-(Cafulcurá, 1856). Por entonces ya se había dictado la Carta Magna en 1853. “Algunos jefes piensan invadirnos… ¿Por qué?” (Baigorrita, 1878). Las explicaciones son muchas y elijo una elocuente: a la muerte de Alsina -el de la zanja-. Avellaneda designa en su reemplazo a Julio Argentino Roca, el padre del genocidio. “Yo soy indio argentino” (dijo Vicente Catrunao Pincen en 1878). Luego de que en 1870, Lucio V. Mansilla emprendiera su viaje y la publicación de "Una excursión a los indios ranqueles".
Antes de la anterioridad de la historia oficial, al igual que Artigas, los caciques ofrecieron veinte mil lanzas y cada cual con cinco caballos al Cabildo de Buenos Aires para enfrentar a los invasores ingleses en 1806. Algunos autores piensan que la traición mejora la historia, por caso Don José que abandonó su carrera militar en España, para volver a su patria y hacerles la guerra. Otros la cuestionan. Pero en tiempos en el que la inmediatez pone negro sobre blanco la traición de la palabra sobre los hechos, es difícil sostener que la casta es política y no los jubilados, o las pibas y pibes sin futuro.
Ahora en que los derechos adquiridos son vulnerados, toda esa narrativa es inaceptable, al igual los decretos de necesidad. Por eso es urgente la canción, como dice Teresa Parodi. Entonces, es un mandato de la historia hacerles cumplir con la Constitución y los pactos preexistentes. Antes que la soja extermine los caldenes y la mentira lo haga con la memoria, no debemos resignarnos a la idea de andar curtidos de soledad y miseria. Gracias Don Ata por el final… y disculpe el choreo.
(1) Carlos Martínez Sarasola, “La Argentina de los caciques. O el país que no fue”. Editorial del Nuevo Extremo.