Balotaje 2023: Lo que no se puede negociar

COLUMNA DE OPINIÓN

SANTA ROSA 03/11/2023 Diario Tres Diario Tres
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por Franco Sarachini (Periodista - 3546 430924) franco

Argentina va nuevamente a un balotaje como sucedió en el 2015, donde dos posturas completamente antagónicas competían en ese entonces por la presidencia; algo similar a lo que pasa hoy.

El agua y el aceite, como se dice en la jerga popular, se enfrentarán este 19 de noviembre buscando conducir las riendas del país en el periodo 2023-2027. Y aunque se haya instalado una especie de ambiente donde cada comentario en la calle, en los comercios, en las mesas de cada hogar y ni qué decir en las redes sociales, está cargado de un alto grado de politización, ambos candidatos son blancos fáciles a la hora de criticar. 

A diferencia de los debates llevados a cabo en el 2015, donde la elección estaba sumamente polarizada y todo indicaba lo que finalmente ocurrió en el balotaje entre Macri y Scioli, en esta ocasión eran tres las fuerzas con chances reales de llegar a tal instancia. Pero quizás la falta de preparación para el intercambio de ideas o la poca cintura demostrada en los Debates Presidenciales por la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, la dejaron afuera de esa posibilidad. 

Luego sobrevino lo que ya es de público conocimiento. La explosión del espacio conformado mayoritariamente por el PRO y la UCR tras el abrazo forzado entre ella y quien la trató de “montonera tira bombas”, en un pacto que hace pensar que estaba cerrado desde mucho antes, dado que no se dieron siquiera el tiempo de buscar puntos en común y tardar el acuerdo para demostrar mayor credibilidad. 

Hay enojo y posiblemente esto signifique el divorcio definitivo del armado que supo conducir los destinos del país entre el 2015 y el 2019, o quizás sea un berrinche más que logre zanjarse cuando pase cierto tiempo. Lo cierto es que desde la Unión Cívica Radical no le perdonan a Javier Milei sus embates contra Raúl Alfonsín, el padre de la democracia argentina, que sigue siendo atacado a pesar del enorme significado que tiene en el marco de los 40 años de democracia.

Enojo hay también en el pueblo. Enojo por el precio del dólar y la disparada de la canasta básica alimentaria. Enojo por los sueldos que no alcanzan y los servicios que no dejan de subir. Enojo contra el peronismo y el kirchnerismo, contra la pobreza en alza y la inseguridad de las grandes ciudades. Enojo en fin contra el candidato Sergio Massa de Unión por la Patria, quien conduce actualmente el Ministerio de Economía de la Argentina, con todas sus limitaciones, pero que aún así es juzgado por su desempeño. 

Enojo hay también del otro lado. Enojo de los que piensan que la tenencia libre armas es una locura, que no conciben que la salud y la educación dejen de ser públicas para pasar a ser privadas, y que claramente no creen que el mercado se regule solo. Enojo además en quienes aborrecen que se plantee la venta de órganos como una posibilidad libre, pensando que esto puede traer aparejado el tráfico de personas, y que tilden a los científicos de “ñoquis” después del desarrollo impresionante demostrado a lo largo de la historia. Enojados los que temen por la justicia social y ven con preocupación que se vuelva a debatir si la sangrienta dictadura del 76 fue una guerra de dos bandos o hubo terrorismo de Estado, como lo reconoce la comunidad internacional. 

Es verdad que el enojo es justificado en cuanto a la inflación, la inseguridad, la disparada del dólar, la suba de los precios de la canasta básica y los servicios. Cada vez cuesta más llegar a fin de mes. Todo aumenta menos los salarios. Y seguramente quienes están en blanco y representados por sindicatos y gremios dirán que van equiparados o perdiendo muy poco contra los porcentajes mensuales de inflación. Pero la gran mayoría, los que trabajan “en negro”, son contratados, son empleados municipales, son monotributistas o están completamente por fuera del trabajo registrado, vienen perdiendo y mucho, siendo arrojados a niveles inferiores de vida a los que tenían antes de que comenzara esta disparada. 

Es cierto que eso merece un debate profundo y una toma de decisiones urgente. No se puede esperar más. Hay gente pasando hambre. Hay gente que piensa todos los meses cómo hacer para llegar a fin de mes. Hay gente que hace malabares para pagar los servicios, la medicación, la comida y tratar de cumplir con sus obligaciones tributarias e impuestos. Hay gente que todos los días piensa si comer arroz o polenta, porque no le alcanza para más. Esa es la realidad que atraviesan miles y miles de argentinos. 

Pero de ahí a pensar que la educación y la salud argentinas, que son bastiones de orgullo no solo en el continente sino en el mundo (y que permiten la movilidad social ascendente), tienen que dejar de ser públicas para pasar a ser privadas, hay un tramo grande. Debatir si la venta de órganos puede ser un mercado libre es tan repudiable como inverosímil. Volver a la Teoría de los dos Demonios y no reconocer que una Junta Militar ejecutó un golpe signado por la violencia y el horror, tomando la vida de 30.400 personas e instaurando el terrorismo de Estado, es retroceder 30 años. Y además no valorar el reconocimiento de la comunidad internacional, para la cual nuestro país es ejemplo en Derechos Humanos. 

Por último, y aunque muchos dirigentes se disfracen de apolíticos o anticasta, de decir que vienen a destruirla y se alían a ella con el único objetivo de llegar al poder, profesan supuestas salidas económicas a los problemas actuales que ya se han aplicado. La de Javier Milei son las recicladas de Martínez de Hoz, las de Domingo Caballo, las de Prat-Gay y Dujovne, todas metidas en una coctelera y vueltas a servir como un trago nuevo. Son las mismas que llevaron a estallidos sociales como el del 2001, con la única diferencia de que las explican con palabras más modernas y aggiornadas al nuevo electorado.  

Hay una realidad y seguramente múltiples maneras de solucionarla. Nadie es dueño de recetas mágicas. Lo que no se puede negociar bajo ningún punto de vista es la venta de órganos como parte del mercado, la pérdida de la salud y la educación pública, la libre portación de armas, el desfinanciamiento de la ciencia y la tecnología, la vuelta al discurso negacionista del terrorismo de Estado, la libre regulación del mercado, y el desmantelamiento de un Estado (que sin dudas hay que mejorar), pero que funciona. 

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