
por Valdir Peyceré
La vida, esta cosa difusa y errática nos plantea muchas vicisitudes y enigmáticos acertijos en ese vaivén lleno de momentos y de decisiones no siempre fáciles. En ese laberinto lleno de posibilidades y desafíos y, principalmente de opciones, no siempre vivimos buenos momentos porque ese “optar” es una constante en que muchas veces nos equivocamos.
El error es moneda corriente en el camino de la Vida y cuando no lo es, cuando nos encontramos con algunas vidas “casi sin errores” no lo podemos creer. “El ser y la nada” de Jean-Paul Sartre es eso; el hombre largado a su Destino, solo, indefenso, con todas las posibilidades a su alcance y con la chance de optar por la peor. En “La Nausea” aparece eso. En realidad de alguna forma en toda su obra. Pero, ustedes dirán; ¿porqué este comienzo lleno de consideraciones filosóficas?. Tal vez porque escribir, el solo hecho de estar con una birome y una hoja de papel o este teclado frente a la pantalla de un notebook obligue a eso. Escribir, de alguna forma, nos acerca a filosofar.
Alguna vez Jorge Luis Borges dijo que él cometió el mayor pecado que un hombre puede cometer: no ser feliz. Aunque a esta frase no creo que la diría (por ironía del destino) en sus últimos años. Cuando se casa con María Codama; cuando escribe “La Cifra” o “Atlas”, cuando emprende un viaje por el mundo con aquella que fuera su secretaria. Cuando en este viaje sube en globo (uno de sus sueños) y en esas fotos se lo ve feliz. Cuando al fin se va a Ginebra la tierra de su infancia y juventud y muere allá.
Uno va enumerando esos días, no en un “diario”, cosa que suena a algo escrito por un muchacho o muchacha muy juvenil; más bien los guarda en un lugar privilegiado y luminoso de la memoria. En mi caso, por suerte, tengo muchos, aunque siempre existe la pretensión de que podrían haber sido más. Porque hay momentos de alegría, de satisfacción, de júbilo que no son exactamente de felicidad. La felicidad es algo más: plenitud, equilibrio, belleza, paz… todo eso junto. Es un momento de trascendencia. Esos momentos tampoco tienen que ver con algo demasiado significativo o importante como puede ser un casamiento, la obtención de un diploma universitario, un viaje a Europa o a algún lugar remoto y exótico. Aunque también muchas veces lo son, los momentos aparentemente banales o “pequeños” y cotidianos también pueden serlo.
Elegir algunos de estos días puede ser una tarea más que difícil. El hecho de escribir es ya y de por sí solo, algo que nos aproxima, a nosotros los escritores, de la felicidad… como quien escribe esto que se puede definir como ensayo o crónica, o como cuando allá por 1994 presentaba el poema “Tomás Antonio Gonzaga frente a la costa de Mozambique” a un grupo de poesía brasileño (el grupo Cálamo) muy exigente para la composición de una antología. El poema fue elogiado por aclamación y disputó el lugar en dicho libro con una nota de 8,8 puntos. Pero no sé si esta aprobación fue un momento mayor de felicidad que el que me dio el de la creación en sí; el momento en que “me trasladé” a fines del Siglo XVIII, a la piel de Tomás Antonio Gonzaga (1744/1810); controvertido poeta de la asonada revolucionaria que tuvo a Tiradentes como principal protagonista, uno de los primeros gritos libertarios de patriotas brasileños para salir del yugo de la corona portuguesa. La creación de ese poema fue un momento de satori ; de rara inspiración.
No quiero hacer algo cronológico de estos “días felices” pero entre ellos está sin duda mi despedida de São Carlos SP y de la que sería mi novia por aquellos años (Angela T. S.) por aquel lejano 1983. El campus de la Universidade Federal de São Carlos fue testigo de aquella despedida.
Salteando algunos años en el calendario, también tengo por feliz aquella mañana de abril de 1990 en Roma (Italia) cuando dejando en la Via Cola de Rienzo a Rita P., salgo a caminar cerca de los muros enrojecidos que me llevarían hasta el Castel Sant’ Angelo, mientras escuchaba en un walkman un cassette de Bruce Springsteen (“Jersey Girl”), y desde lo alto del viejo castillo contemplar el puente rodeado de ángeles, las personas pululando febrilmente en la mañana romana y a dos novicios saludándose con entusiasmo. Abajo, se extendía el río de la Ciudad Eterna; el Lungo Tevere o simplemente el Tíber..
Por fin, avanzo varios casilleros hasta un mediodía soleado de una mañana de junio del 2013, cuando volvíamos de unos días en Capilla del Monte (Punilla), y en el que, junto a mis hermanas, paramos a hacer un pick-nic improvisado en una placita de Villa Giardino. Ese momento fue uno de aquellos que están en la memoria de esos días felices. Ustedes dirán; ¿que tiene de excepcional comer sándwiches en una plaza en Vila Giardino, antes de volver a Santa Rosa? De hecho nada… pero sé que aquella mañana me sentía feliz y eso. La verdad, no tiene explicación.