Astor Piazzolla: cien años de un innovador 

GRAN ANGULAR

SANTA ROSA 12/03/2021 Diario Tres Diario Tres

Por Valdir Peyceré

Cuando cursaba el secundario y para no llevarme las materias a marzo (una de las peores calamidades para un adolescente era tener que pasar estudiando gran parte de las vacaciones), me ponían profesores particulares (preferentemente en matemáticas y química)… de uno de ellos recuerdo su apellido bien italiano y algo rimbombante: Mazzarello. Aunque la mayoría venía a mi domicilio en el caso de M. yo iba al suyo que quedaba en la Av.Cabildo en el barrio de Belgrano (CABA). A pesar del tiempo transcurrido recuerdo muchas cosas de esa época y por increíble que pueda parecer, de algunas conversaciones. El profesor era bastante conversador y conservador en lo que tiene que ver con la música y algunas cositas más. Era un tanguero a la vieja usanza; con sus discos que se hacían ver (¿y oír?) al lado del tocadiscos: Juan D’Arienzo,  Atilio Stampone, Aníbal Troilo y los cantores Raúl Labié asty, claro, el gran Carlitos Gardel. Todos buenos, pero, para él, lo que hacía Astor Piazzolla no era tango.  No sé lo que le respondí, probablemente nada, ya que era una posición suya y que iba a decir si yo tampoco era tanguero. El viejo tango me gustaba pero Piazzolla comenzó a invadir algunas tardes y noches con su bandoneón pegadizo e insistente. Comenzó a no quedar tan fuera de lugar con Pink Floyd, The Beatles, Almendra, Creedence o Aquelarre… es que Piazzolla era y no era tango. Piazzolla era “otra cosa” y en eso Mazzarello tenía razón.

Nacido un 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata. Para hacerle sus días más llevaderos y ya que el niño Astor Pantaleón tenía una mal formación en una de sus piernas y no podía practicar deportes, su padre (Vicente Piazzolla), en 1927 le compró un bandoneón por 18 dólares (desde 1924 la familia se había mudado a Nueva York) para ver si el chico “se interesaba” por ese instrumento aun siendo muy chico.  “Imposible encontrar un profesor de bandoneón a las orillas del Hudson” y algunos años más adelante, cuando retornan a Mar del Plata, el niño Astor, que contaba entonces con once años va a encontrar los que serían sus primeros profesores, el inmigrante italiano Libero Paolini y su hermano Homero. 

Pocos años después y de vuelta a New York, Piazzolla tendrá en las calles de esta ciudad un poco su universo privado donde nace el eco de su música:  “De algún modo, lo que soy se lo debo a esos primeros años en New York. Aquello era el mundo que se vio en Los Intocables: la pobreza, la solidaridad entre paisanos, la ley seca, Eliot Ness, la mafia... En fin, yo era muy atorrante, no me gustaba mucho la escuela —me rajaron de varias— y andaba mucho por la calle. Ese ambiente me hizo muy agresivo, me dio la dureza y la resistencia necesarias para enfrentarme al mundo y, sobre todo, a las bataholas que veinticinco años después iba a levantar mi música.” 

Encontraría allí (en la cosmopolita NY) a su nuevo profesor, Bela Wilda, un húngaro que tenía predilección por Bach; es allí también que el destino lo pone en contacto con Gardel que estaba filmando en Manhattan “El día que me quieras”.  A Carlitos enseguida le cae bien el muchachito que además sabía muy bien el inglés que el zorzal criollo no dominaba y lo ayudaría a hacer compras por la ciudad. Incluso lo coloca a hacer una punta en la película. Esto es la “prehistoria” de Astor pero como todo comienzo, muchas veces es lo que marca. Después vendría Julio de Caro, Aníbal Troilo, y ahora sí, su gran y definitivo profesor: Alberto Ginastera. Un poco después Piazzolla se va a afianzar en la orquesta de Aníbal Troilo, haciendo arreglos para la misma.  De esos años 40 doy un salto que ubican a nuestro gran músico en París en el comienzo de la década de los 50, más precisamente en 1954 y con una nueva profesora, de esta vez que, además de ser mujer, sería fundamental para su autoestima: Nadia Boulanger. Ella lo motiva a seguir con su perfil tanguero no convencional y le dice luego de tocar una pieza suya al piano: - “no abandones nunca esto, aquí está Piazzolla”!

Cuando forma su propia agrupación y nuevamente en Argentina,  Piazzolla estaba seguro que lo que vendría sería una revolución musical para el país. Si la década del 50 fue la de la vuelta de tuerca hacia una música propia y original la del 60 fue la de la consagración y aun cuando ya varias composiciones como la emblemática “Adiós Nonino” (1969) retumbaban en nuestros oídos, la unión con Horacio Ferrer y Amelita Baltar con su “Balada para un loco” acaba por eclosionar el sistema auditivo de las mañanitas porteñas. La “balada” pegadiza aunque algo re manida y melancólica se escuchaba diariamente entre 1969 hasta mediados de la década de los 70. Después vendrían más perlas cultivadas; el gran álbum con Gerry Mulligan ( 1974), las cuatro estaciones porteñas,  el extraordinario “Libertango” también de 1974 y “Persecuta” de 1977. También crearía la banda sonora para el film de Fernando “Pino” Solanas “El exilio de Gardel” (1984) y “Tristezas de un doble A” (1986). Solo para quedarnos con algo de todo lo que hizo; alrededor de 40 álbumes entre trabajos con sus agrupaciones, el Octeto, el Quinteto y en solitario, además de las selecciones y sin contar con los trabajos filmográficos. Su muerte se produce en Buenos Aires un 4 de julio de 1992. Ahora, un poco antes de cerrar esta columna para el Diario TR3S Digital, acabé de armar el próximo programa de “La luz de la Manzana” que aunque su columna vertebral consiste en rock & roll y blues, coloqué tres temas de Piazzolla… porque, al final mi profesor de matemáticas tenía razón; Astor Piazzolla no era tango, era mucho más.

 

 

 

                     

 

 

 

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