
por Valdir Peyceré
“Lo que hicieron hoy los jugadores, dignifica mi profesión”
Marcelo Gallardo (DT del C. A. River Plate)
Hace unas semanas atrás tenía preparado un G. A. con una temática más puntual focalizada en la semifinal de la Copa Libertadores entre Palmeiras (BRA) y River Plate (ARG) y que el VAR y otras instancias más oscuras e inimaginables acabaron por darle al conjunto verde oscuro de São Paulo el triunfo, anulando un gol (una volea sensacional de Montiel) por el tobillo de Rafael Santos Borré que “volvía” de una posición fuera de juego (off-side u “orsai” en criollo)… ¿De dónde volvía Borré?; ¿de hacer las compras?, ¿de un baile?; ¿del supermercado?. Además de la frustración acorde con el momento y el bajón de saber que se estaba acariciando un sueño y que había que volver a ponerse las “baterías” fue peor; bastante peor, porque, a sabiendas de que TODO LO QUE QUERÍA el conjunto paulista era ENFRIAR el partido, el árbitro con la complicidad del VAR (¿o el VAR con la complicidad del árbitro?) detuvieron el juego más de 6’o 7’, (que en el fútbol es una eternidad!). Todavía es más grave al tener claro (y esto no lo dicen solo los hinchas de River) que el equipo de Gallardo con el envión y la garra que tenía en ese momento del juego podría sin mucha dificultad encontrarse con el 4º gol y llegar a una épica aún más espectacular de la que igual fue. Aun cuando después de todo el tiempo perdido se hubieran acrecentado esos minutos, ya no sería lo mismo. Ese despliegue del equipo de Gallardo seguiría vigente y por poco el mismo Borré no consigue el tercero (¿o el cuarto?) gol en una pelota que se estrella en el poste del arquero palmeirense. A River se le sacó ese momento, esos minutos en que dominaba y Palmeiras casi suplicaba para que el partido terminara.
Pero además veamos la figura del referee en esta época post-VAR; perdió la característica más importante: la autoridad y la decisión de determinar lo que a él le parece que es o no es en un encuentro. Aun cuando el VAR venga para solucionar o dar luz a alguna jugada dudosa (verdaderamente dudosa) el árbitro sigue siendo quien conduce el encuentro y toma las decisiones; volver sobre ellas una y otra vez, lo transforma en un elemento sin personalidad, como fue el caso del juez uruguayo Ostojich (para mí un ilustre desconocido) que se desdijo por lo menos en dos jugadas claves para River (el gol de Montiel y el penal…que aún con una buena sobreactuación de Matías Suárez, había cobrado)… no cobró lo que sería, este sí, un penal al final del partido del arquero de Palmeiras a Paulo Díaz. En fin, todo contra River, lo que acentúa el ambiente “propenso a perjudicar a River que hubo en San Pablo”, como dijo el ex árbitro Raúl Castrilli en un programa televisivo.
El cóctel de San Pablo mostró también el entierro de la espontaneidad y la euforia… ahora, ¿ vamos a tener que gritar un gol en diferentes instancias? ¿O esperar a lo que el VAR por fin determine o convalide para ahí sí descargar o expresar nuestra alegría? Solo aquí ya hay un golpe fuerte al ser del propio deporte. Pierde su propio sentido. El que festeja hoy puede mañana ser la víctima y sentir la fuerza de ese invento tecnológico que venía para solucionar, pero, como todo, está en manos del hombre y es en definitiva él (los árbitros del VAR) quienes acaban por dar las cartas. Cartas que parecían marcadas desde el comienzo para hacer con que los colores de la final sean blancos y verdes, en una final brasileña. Una final que los jugadores de Palmeiras saldrán a la cancha sabiendo que quien merecía estar ahí sería otro equipo; uno con una camiseta blanca con una banda roja cruzada en diagonal.