Bueno, pero decí algo

CUENTOS e HISTORIAS

SANTA ROSA 08/10/2020 Diario Tres Diario Tres
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por Carola Ferraricaro

 

Voy a la casa de un amigo que dice haber preparado un banquete. Llevo un rico vino. Mi amigo tiene un increíble modo de combinar sabores, de imaginarlos en su mente, de armar su obra como un boceto para luego llevar lo efímero de la perfección sobre una mesa. También habla muy bonito, algo acelerado pero me gusta, así, como saboreando las palabras que chupa y raspa antes de terminar de soltar. Y por eso me gusta escucharlo, siento que en la boca tiene una saliva con la que unta y humedece cada palabra.

Habla de la comida, del colágeno de la carne, de los filamentos de la grasa cómo se mezclan en la carne cuando el animal pudo caminar para su pastaje o cómo queda hecha una lonja si el bicho estuvo encerrado. Habla del condimento más antiguo y caro del mundo y me invita a olerlo, y me enseña de los maridajes, porque con ese condimento le va bien esta uva, y pruebo el vino y huelo, y le doy un bocado y me cuenta de los enverados, de las uvas enveradas. La pasión se le filtra entre la boca y las manos y los ojos que miran chispeantes, hay fuego entre las palabras y los objetos y ahí, va y viene la pasión, la energía y me pierdo en esa magia que circula, y chispea, y quedo hechizada, puro ojo, pura oreja, pura boca. 

Termina la comida, migajas en el plato, residuos en el paladar y la nostalgia que no alcanza con la panza llena. El cocinero quiere seguir, seguir hablando, diciendo, le da pena que se termine. Le da pena y no se resigna, sigue, sigue buscando palabras que seguir saboreando, es un goloso, y no soporta quedarse con la boca vacía, y quiere llenarla, llenarlas de palabras y dice, dice, dice, pero ya no hay nada y no soporta el vacío, no quiere soltar lo que ya no queda. 

Y como yo soy una golosa de la oreja, escucho, escucho atenta, porque imagino que ya llega, ya lo dice, ya vuelve la magia o la comida o lo que no hay. Y el cocinero lanza una metonimia infinita de adjetivos y adverbios y yo lo dejo, lo dejo que intente, y acecho el momento en que vuelva el objeto, el sentido de eso que está queriendo armar en palabras que ya no tienen sentido, “claro, esto es de esas pocas cosas (…) tremendo, porque cuando pasa, cuando llega (…) ¡hay que estar! Es increíble…” y yo, cual cazadora de palabras aguardo, en silencio, al acecho, siento que viene algo rico, sabroso, increíble, como el banquete, algo de lo que tendría que tomar nota “…imponente (…) en medio de esa fuerza (…) a veces en el mundo, ¿viste?...”  ya lo dice, pienso, ya, ya. Y aguardo, escucho atenta porque siento que lo tiene en la punta de la lengua y no quiero interrumpir, y también porque él no se calla, sigue, sigue intentado y me parece que es porque lo tiene, ahí, casi, así que hasta hago fuerza para que encuentre esa palabra, empujo con las tripas, con el cuerpo, pero no quiero mostrarme ansiosa, sé esperar, esperar a que el otro encuentre su palabra. Y así miro, en silencio, aguardo, acecho. 

Hasta que finalmente se detiene la escena, cambia la cara, el gesto, me mira, ya no hay chispas en sus ojos, los abre, yo me emociono igualmente, creo que ya la encontró, aguardo con entusiasmo pero noto que en sus ojos hay algo, ¿enojo?, sigo en silencio, esperando, capaz son ideas mías, a veces no confío en mis sensaciones, además esperé tanto qué cuesta esperar que lo diga. Y enuncia con fuerza: 

¡¡bueno, pero decí algo!!

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