Que el arcoíris nunca deje de brillar

COLUMNA

SANTA ROSA 29/06/2020 Franco Sarachini
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por Franco Sarachini   francos sarachin

 
Este fin de semana se cumplió un nuevo aniversario de la revuelta de Stonewall, la misma que dio origen al movimiento disidente en gran parte del mundo.

Fue hace 51 años en un bar de Nueva York mayormente frecuentado por cuerpos y cuerpas no heteronormados, que marginados de la sociedad buscaban un lugar donde beber una cerveza, bailar y poder ser libres. La historia cuenta que la policía sabía de este lugar. Algunos auspiciaban de campanas que daban alerta cuando se iba a producir una razia, lo cual les permitía a los visitantes frecuentes del bar huir sin ser detenidos. Otros cobraban coimas semanales para no cerrar el lugar. Pero la gran mayoría del poder policial disfrutaba de ingresar sin previo aviso, manosear a hombres y mujeres, maltratarlos y finalmente llevarlos presos. Es que en esa época ser homosexual, lesbiana, trans o travesti era considerado una enfermedad, una perversión y un gen que debía ser exterminado con la misma violencia que se atacaba al comunismo, por ejemplo. 

Pero la noche del 28 de junio de 1969 esas personas se revelaron. Después de la llegada de la policía y hartos del flagelo que venían soportando, se antepusieron generando un hecho histórico que no fue premeditado ni organizado, sino que surgió del cansancio. Por primera vez los efectivos debían retroceder en un operativo y pedir refuerzos, y la gente se amontonaba en la calle para vitorear y alentar a los rebeldes que, sin saberlo, estaban marcando un antes y un después. 

Con los años surgieron los movimientos LGBT y las marchas del orgullo, aunque la comunidad seguía siendo atacada con salvajismo. Del otro lado del continente, y sólo por mencionar un ejemplo, durante la dictadura militar argentina se estima que unas 400 personas fueron desaparecidas por su identidad sexual. Es que dentro del Plan Cóndor y de las órdenes devenidas del Norte, el exterminio del comunismo, las ideas socialistas, y de todo ser humano que no profesara la heterosexualidad era la clave para la imposición del sistema. 

Los años pasaron, y la sociedad surgida de la posmilitarización comenzó lentamente a dar pasos hacia aquello perdido. Las semillas que fueron enterradas germinaron nuevamente, y con ellas la fuerza y la lucha incansables del colectivo disidente. A la luz de una nueva realidad, los cuerpos y las cuerpas no heterosexuales se fusionaron en distintos espacios, dando conformación a organizaciones sociales que luego gestaron las marchas del orgullo a lo largo y a lo ancho de este país. Otras naciones hicieron lo propio.

Y un día, cuando la agenda social no debatía abiertamente la sexualidad o la identidad, el gobierno nacional liderado por Cristina Fernández puso sobre el tapete una de las leyes más emblemáticas de las últimas décadas: la de Matrimonio Igualitario.

Los medios de comunicación estallaron en voces y opiniones a favor y en contra. La Iglesia se opuso, como de costumbre, al igual que lo hizo durante el peronismo con la Ley de Divorcio, demostrando su conservadurismo más atroz y llamando contra Natura a cualquiera de no siguiera los preceptos de mamá y papá.

La televisión transmitía por esos momentos una novela llamada Botineras que rompía todos los récords de audiencia y en la misma se contaba la historia de dos futbolistas; uno casado y con hijos que tenía sexo con otros hombres, y el otro muy joven, que aún no tenía en claro lo que quería. Entre ambos había surgido un amor apasionado y los comentarios en la calle, en los comercios, en las reuniones de amigos se volvieron un debate feroz. ¿Cómo dos futbolistas podían ser gays, si en el fútbol son todos machos?, decían algunos. A otros se los escuchó decir “qué asco. Yo no dejé que mis hijos vieran más esa novela. Es un degeneramiento”. Y otros, más en silencio que a los gritos, celebraban que esa discusión por fin llegara a la mesa de los hogares y se volviese cotidiana. Christian Sancho era uno de los protagonistas de esa historia, el típico macho alfa con un cuerpo musculado, fachero y el tipo de hombre que cualquiera podría decir es el modelo a seguir de la masculinidad y la heterosexualidad. El chabón apareció en la tapa de la revista Caras, una de las más vendidas del país, con un corset puesto apoyando la Ley de Matrimonio Igualitario. Los sectores más conservadores no lo podían creer. Todo eso que se había gestado durante tantos años llegaba al Congreso y parecía que no había marcha atrás. 

La ley salió y Argentina se transformó en el primer país de América Latina en tener esta legislación. Era un faro en el mundo para los derechos de la comunidad LGBT. A esa sigla se le fueron sumando otras letras. Las nuevas identidades se visibilizaron y a las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transgénero, se sumaron los travestis, los transexuales, los intersex y los queer, y se colocó un símbolo + para incluir a aquellas identidades que aún no se han definido. 

A pesar de ello, durante el macrismo un protocolo de “seguridad” atentaba contra la libre circulación de las personas del colectivo disidente y los casos de homofobia aumentaban, registrándose un incremento en el número de denuncias por violencia de este tipo.

Ese odio aún latente en un sector de la población se visibiliza a diario. Este fin de semana, por ejemplo, cuando dos veteranos de Malvinas se acercaron al mástil del Parque Sarmiento para bajar la bandera arcoíris que se había colocado por orden del mismísimo intendente de la Ciudad, Martín Llaryora, en conmemoración a los 51 años de la revuelta de Stonewall. No obstante, y aunque intervinieron personal policial y defensores de la lucha disidente, regresaron al día siguiente con cadenas y un número más grande de personas, agrediendo a parte del sector LGBTTTIQ+ que allí se encontraba.

Amparados en un nacionalismo barato por los colores celestes y blancos, se convirtieron en el centro de atención de todos los medios de comunicación durante parte del sábado y gran parte del domingo. En medio de los festejos por el Día del Orgullo, una vez más el facho argentino empañaba una jornada que debería haber sido de celebración. No conformes, destruyeron la placa que la Intendencia había colocado en honor a este día histórico. 

Los portales informativos y las redes sociales se inundaron de voces a favor y en contra por vez infinita. Personas nefastas aprovecharon para esparcir su veneno con comentarios que ni siquiera contribuyen al debate, sino que demuestran un odio denostado a la disidencia, lo cual lleva a pensar que un marco regulatorio ayuda pero que aún no es suficiente. La batalla es cultural. Hay luchas ganadas y perdidas, y hay luchas también constantes. Al momento sólo 29 naciones del mundo permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo su territorio o parte de ellos. Y son 194 países los reconocidos de manera soberana por la Organización de las Naciones Unidas. 

Al momento se oye con frecuencia a un padre decirle a su hijo que no se cruce de piernas cuando mira la tele porque parece maricón. Al momento dos vecinas de pueblo se encuentran en el almacén y a viva voz dicen que fulano parece que se la come, o que menganita es rarita porque pasó los 30 años y aún no encuentra marido. Hasta que eso no cambie, la batalla será eterna. Y aunque mucho haya cambiado, aún resta mucho por lo cual luchar. 

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