¡Gracias a la ciencia! 

COLUMNA

SANTA ROSA 01/04/2020 Franco Sarachini
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por Franco Sarachinifrancos sarachin

 
En tiempos de crisis, es más común de lo habitual ver y escuchar ruegos, rezos y agradecimientos a Dios en busca de protección frente a problemáticas que nos atañen, como la pandemia del coronavirus. Amparada en una imagen de supremacía que se ha sostenido a lo largo de siglos y siglos, la Iglesia siempre responde de alguna manera a las demandas, aunque no como a un amplio sector de la sociedad le gustaría. 

El pasado viernes 27 de marzo, el mundo conmovido observaba y recibía la bendición urbi et orbi, una especie de perdón para todos los que se arrepienten, otorgada por el supuesto enviado de Dios en la Tierra: el Papa. Allí, desde las puertas del Vaticano en Roma, y con una suerte de cetro de oro macizo, Francisco hizo cruces en el aire de manera similar a lo que reproduce en Pascuas y Navidad, con la finalidad (dicen los católicos) de generar unidad entre la espiritualidad de los fieles y Dios. 

Como se ha manifestado en una columna anterior, la espiritualidad es un fragmento más que importante de los tantos que componen al ser (aunque no siempre esté ligado a una religión, sino que la trasciende). Pero ante el avance del COVID-19 en todo el mundo, y la inexistencia aún de una vacuna, el mundo más que el perdón otorgado por un hombre (ya sea el enviado del Dios en el que creen los católicos o el de cualquier religión), necesita recursos. 

Mientras se escriben están líneas, el número de muertos en el mundo ya superó ampliamente los 40 mil y hay más de 800 mil infectados. Ante ello, y como ha sido cada vez que se desató una pandemia mundial, la única que puede salvar esas vidas es la ciencia. Y que se entienda bien…los milagros pueden llegar a suceder (si usted cree), pero jamás a gran escala.

Esa ciencia, la misma que a lo largo de la historia ha sido truncada y destruida una y mil veces por la religión, ha seguido su curso haciendo la existencia más próspera, ampliando la edad de vida, disminuyendo la mortalidad, generando medicamentos para enfermedades, vacunas y curas para los virus…en síntesis, abriendo el espectro de lo desconocido y salvando vidas. 

“En un contexto como el que estamos viviendo, el rol de la ciencia y su desarrollo es completamente crucial. Aquí podemos ver cómo actividades científicas que usualmente se dan a lo largo de mucho tiempo, que llevan diferentes etapas, evaluaciones y procesos, se aceleran muchísimo en función de la emergencia sanitaria mundial que se está viviendo”, introduce Lucía Céspedes, especialista en Comunicación Pública de la Ciencia por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). 

Y agrega: “Otro punto interesante es cómo la famosa distinción entre ciencia básica, es decir, la ciencia fundamental que se supone persigue el conocimiento por el conocimiento mismo y no tendría aplicaciones concretas inmediatas, se vuelve importantísima. La ciencia es un proceso acumulativo en el que vamos, justamente, acumulando conocimientos de diferentes fenómenos, a través de distintas cadenas y la intervención de diferentes agentes. Esos conocimientos finalmente se aplican y se perciben como un beneficio a la calidad de vida de la sociedad. Pero a la ciencia básica siempre se le suele achacar que es muy teórica, que es muy abstracta. En esta situación de enfrentarnos a un virus nuevo, la ciencia básica es el punto de partida para cualquier tipo de medidas que se pueda tomar al respecto. Es decir, no podemos tomar medidas sanitarias adecuadas si antes no conocemos a qué nos estamos enfrentando”. 

La becaria doctoral del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), e investigadora de temáticas de Ciencia, Tecnología y Sociedad aclara que ante estos casos, lo primero que se hace es ir al laboratorio e iniciar una fase experimental en búsqueda de un tratamiento o en su defecto, el desarrollo de una vacuna contra el COVID-19. Y que aunque los tiempos apremian y las fases de la ciencia se aceleren, es posible que generar ese antídoto lleve un buen tiempo. 

Por otro lado, habla del aporte que puedan hacer las Ciencias Sociales en este contexto para el abordaje integral de una pandemia de esta magnitud “no solamente como un fenómeno biológico-médico, sino como un fenómeno social que está impactando y va a impactar por bastante tiempo en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida en sociedad”. 

Una segunda consulta a la cual responde la investigadora hace a la valoración que existe a nivel social de la ciencia, dado que es más común escuchar un “gracias a Dios” que un “gracias a los científicos”. Sobre ello, y aunque es entendible que la historia haya tenido en su momento una mirada teologicista anterior a la biologicista, y que la injerencia de la religión esté muy presente en la comunidad no sólo Argentina sino internacional, Céspedes cree que la evaluación en torno a la ciencia es positiva. “Esto es complicado porque la ciencia básica suele tener efectos diferidos sobre la sociedad. Es decir, los resultados de un proceso de investigación científica no van a tener un impacto directo e inmediato sobre la calidad de vida de la gente. Por lo tanto, este desfasaje muchas veces hace que no se relacione directamente a la investigación científica con un aumento en la calidad de vida o la adquisición de nuevas técnicas, de nuevos productos, de nuevas aplicaciones tecnológicas, etcétera. Eso es algo que a veces dificulta valorar la ciencia de forma integral”, marca. 

Y prosigue: “Sin embargo, por lo general, yo creo que hay una percepción social de que la ciencia es algo valioso que debe ser apoyado”. 

En la charla, recuerda que en la Argentina se realizaron en 2003, 2006, 2012 y 2015 encuestas nacionales de percepción pública de la ciencia, arrojando resultados de aumento de la valoración social hacia esta materia (obviamente teniendo en cuenta el contexto social y gubernamental de ese momento), aunque con un alto grado de desconocimiento acerca de las instituciones científicas del país, de la labor de los científicos, acerca de qué implica hacer ciencia, acerca de las áreas de investigación que se llevan a cabo en Argentina y los grandes científicos de nuestra historia. La becaria doctoral del CONICET cree que esto se da no por ignorancia o mala voluntad, sino por el hecho de que es un fenómeno bastante complejo. “Es por esto que muchas veces se dice que las instituciones científicas son cajas negras, donde uno pone presupuesto y sale algo, como conocimientos o beneficios para la sociedad. Pero en el medio, no se sabe muy bien qué pasa y, para mí, abrir esa caja es clave para que realmente haya una valoración social de la ciencia genuina. Es decir, no depositar confianza ciega en la ciencia porque tenga status o prestigio, o porque los científicos sean esos expertos intocables de guardapolvo blanco. El apoyo social a la ciencia tiene que partir de una actitud reflexiva y crítica, y sobre todo, bien informada”, estima Lucía Céspedes. 

A modo de cierre, y ante un panorama como el que se vive, la experta hace hincapié en la comunicación social y pública de la ciencia. “Eso es algo que se le ha elogiado mucho a la Argentina en este contexto porque no todos los países tienen todos los días un reporte público tan minucioso como el que tenemos nosotros acerca de los casos de COVID-19, acerca de las regiones afectadas, etcétera. Para redondear, para mí es tan importante el apoyo a la ciencia misma como el desarrollo de una buena comunicación de la ciencia”, concluye. 

De ahí el rol del periodismo, los medios de comunicación y los divulgadores científicos, que tanta falta hacen cuando es necesario traducir todo lo que muchas veces pasa en un laboratorio a los hombres y mujeres de a pie, como se dice habitualmente. Porque la información, como ya se ha remarcado en reiteradas oportunidades, no es una mercancía, sino un derecho humano. 

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