Prisionera 

SANTA ROSA 18/03/2020 Carola Ferrari
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por Carola Ferrari

Llego inquieta. Hay una idea que hace días convive en mi mente y no me atrevo a enfrentar. No la dejo avanzar pero me inquieta su presencia. Sé lo que quiere decirme, por eso la aparto, la pongo tras un ventanal que no puedo oscurecer, si pudiera, le cerraría la cortina, pero no, es algo así como un paño fijo que me obliga a ver sus movimientos. La idea se traslada de una punta de la ventana a la otra con cierta paciencia que me inquieta aun peor. Es como una leona, tiene esa calma de quienes se saben ganadores. 

Miro para otro lado y me digo que ese movimiento que pesco con el rabillo de mi ojo es solo mi propia locura, que estoy delirando desde que Fiona se fue a córdoba.  Estoy loca, me digo, y eso me alivia mucho más que mirar de frente esa idea. 

Me calzo las zapatillas naranjas deportivas que tengo hace como cuatro años pero que son irrompibles. Adoraría tener más zapatillas copadas, pero esas me las compré en un viaje que hice con mis amigas a la capital del capitalismo. Comprar es puro vacío. No hubo objeto allí, en esos shopines gigantes y repletos de preciosuras, que aliviara el vacío. Igual esas zapas y otras son un tesoro muy lindo en mi vida y posta que disfruto de esos objetos, las zapas, el celu, la cartera hermosa, no sé, amo tener tesoritos, objetos atesorables. 

Salgo a correr con las zapas naranjas y apenas lo hago la veo. Es mi sombra andando con voluntad propia, veo mi sombra y veo mi idea, detenida contra el cristal que la aísla, sacudiendo la cabeza en un “te dije”. Me freno en plena calle y miro mi sombra alejarse un poco más, desafiante, y no puedo creer que esto me esté sucediendo. 

Pienso que son las luces que están fallando, no me atrevo a la conciencia de que mi falla está dentro. Andará mal el foco, insisto y desvío mi mirada a las montañas, busco la luna llena, quiero pensar en la luna que a esta hora ya debería estar saliendo. La veo un poco, asomando por la casa del vecino, pero en mi calle la montaña es alta, seguro desde el puente la voy a ver perfecta, así que comienzo a trotar. 

Bajo por la bajadita mortal, me encanta sentir que las piernas corren como desencajadas, es el efecto de la bajada y la velocidad, pienso que me da un poco de miedo, pero también sé que estudié el camino antes de lanzarme, así que llego al llano invicta y cruzo el puentecito por donde ya hoy no pasa un arroyo, pero que cada vez que decide hacerlo se lleva el puente. Me da una  bronca, empatizo con el puente, es tremendo ese arroyo, le digo. Tu arroyo es ese novio que todas tenemos que desaparece y nos arrasa y cuando regresa nos vuelve a arrasar, ¡maldito arroyo que se lleva el puente! ¡maldita puenta que te dejas arrasar! 

Pienso en la puenta y soplo el aire agitada y riendo, amo correr como Phoebe de Friends, eso hago cuando nadie me ve y esa bajada es la bajada Phoebe. Me agacho y tomo mis rodillas para recuperar el aire pero veo que mi sombra decidió mantenerse erguida. Abro los ojos perturbados, me enojo pero me contengo de gritarle, quiero ponerla atrás del vidrio donde puse a mi idea, eso sí no se puede, pienso, como si tuviera alguna lógica, igual juro que la tiene. 

Comienzo a caminar y noto que mi sombra se me adelanta y me obliga a acelerar mi paso, no quiero verla despegada de la punta de mis pies, pero no estoy dispuesta a correr tras mi sombra. ¿Qué haces? Le grito cuando veo que me gana, ella se frena y yo doy un saltito para ubicarme justo al límite entre ella y mis pies. ¡No hagas esto! Le vuelvo a gritar pero mi voz suena a súplica, me da pánico lidiar con mi sombra y lidiar con esa idea que puse en silencio para no asumir que mi sombra quiere rajarse.

¿Te querés ir? Le pregunto, ¿a dónde te podrías ir sin mí? Me escucho preguntar eso y siento que soy el arroyo, o ese novio violento que te dice que sin él no sos nadie. ¡Vos sos mía!, ¿entendés? Insisto en ese rumbo que opté incluso sabiendo de la violencia en mis palabras, pero también porque así lo siento, ella es mi sombra, ¿ok? Es una proyección de mi cuerpo, no es una locura lo que le grito. 

La sombra se despega un poco del suelo y mueve mi cabeza, mi cabeza se ve chiquita porque me até los rulos en un rodete. Mi cabeza es muy pequeña cuando se queda sin rulos y no me gusta esa sombra que proyecta mi cabeza empequeñecida por andar con recogidos. 

¡Quedate quieta! le imploro, ¡no me hagas esto! ¡al menos vos no me hagas esto! Ahora elegí el camino de la extorsión emocional y creo que me va a dar resultado, ella me conoce, sabe que de verdad sufro. ¡Sos mi sombra loca! ¿a dónde te querés ir? Le digo enojada. Me mira y se da cuenta de mi treta, lee mis pensamientos, o creo que siempre lo supo, pero le gusta que yo haya pisado el palito. 

La palabra “pisar” me queda repiqueteando y ahora la quiero pisar a ella, a mi sombra, pero además, quiero que le duela, así que apunto a una zona proyectada de mi pierna que creo que sería la pantorrilla y dando un paso largo asiento mis zapas naranjas con mucha fuerza. El pisotón me sacude entera, me deja doliendo la pierna y pienso que me va a atacar el ciático, siempre me duele si algo me vibra fuerte. 

Veo mi sombra casi a mi espalda, a 180 grados de donde estaba cuando le salté encima, pienso que ha cambiado la posición de la luz de la calle. Levanto la mirada y busco el foco, hago cálculos de física, si la luz está allá, la sombra debería estar allá y el terror me invade porque nada tiene lógica. Mi sombra no se reveló solo contra mi poder, se reveló contra el mundo, contra las leyes de la física y de las posibilidades. Mi sombra se volvió loca y veo que se quiere alejar, pero les juro que no es por capitalista ni consumista, ni por guardarla como un objeto atesorable, les juro que no puedo perder a mi sombra. Me doy cuenta de que yo no sería nada sin ella, ella hace que yo exista y no al revés. Es muy doloroso saberse presa de su sombra. 

Decido tirarme encima, encima de mi sombra, abrazarla, comerla, meterla en mi cuerpa como lo hace la médium en Ghost. Calculo mi caída para encajar perfectamente con el contorno de mi sombra, como si yo hubiera estado allí previamente. Fallé en mi salto y la siento deslizarse bajo mi piel, siento que su fluidez me acosquilla el pecho y la cara. No quiero renunciar en mi derrota y estiro mi mano y me tomo del pie, el pie de mi sombra que ya casi que no es mío. Aprieto, no quiero perderme. Siento que mi sombra se vuelve más liquida, se me escurre el pie entre los dedos, hasta me parece sentir que mis uñas me raspan la palma.

Algo se quiebra en mí, no sé cómo voy a volver al mundo afirmando que no tengo sombra. Mi sombra se fue de mi cuerpa, o al menos eso quiere hacer la traidora y yo no entiendo porque pretendo retenerla. La odio por humillarme, de rodillas, en la calle, le suplico una vez más: ¡no hagas esto! ¡no sé qué voy a hacer si te vas de mi lado! Ella se ríe, me mira, me mira y nos reímos la dos. 

Esta lucha es tan real y tan absurda. 

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