
Por Franco Sarachini
Durante años, la expresión “macho pecho peludo” se ha utilizado para describir a un hombre que actúa impulsivamente, que es agresivo, discriminador frente a quienes son diferentes, machista, misógino, una especie de mezcla perfecta entre bestia y ser dominante que impone sus deseos y juzgamientos frente al resto.
En sí, lo que se quiere decir, es que un “macho pecho peludo” es el perfecto producto de una sociedad heteropatriarcal que ha sido puesta al descubierto gracias a la contrahegemonía llevada adelante por el movimiento feminista, los grupos de disidencias sexuales y una nueva juventud que comienza a repensar en las construcciones sociales.
Pero, ¿a qué viene esta introducción? En los últimos días mucho se ha hablado de lo que mediáticamente se denominó “El crimen de Villa Gesell” o “El crimen de los rugbiers”, poniendo el énfasis tanto en los medios masivos de comunicación social como en las redes sociales en el hecho de que sean rugbiers. Y en realidad, el trasfondo del asesinato que conmocionó a la opinión pública es bastante más profundo que esto.
Se dio entonces un proceso de estigmatización social (como cada vez que suceden casos que captan la atención de las mayorías) del rugbier, como un sujeto violento, basándose en las condiciones que implica la práctica de dicho deporte enmarcado en las disciplinas de “muy fuerte contacto físico”.
Seguramente, si al asesinato lo cometían un grupo de pescadores, por ejemplo, las explicaciones y estigmatizaciones en torno al hecho hubiesen sido otras; y así sucesivamente con cualquier disciplina deportiva o recreativa que pudiesen haber practicado los homicidas de una persona.
Pero en el mundo del rugby, como en cualquier otro mundo, el problema no está en el reglamento deportivo o en el contacto físico que se permite dentro de la cancha. El problema reside en la construcción de las masculinidades, que siguen siendo el eje fundamental de gran parte de la violencia social, dentro de los cuales se encuentran por supuesto, los femicidios.
Las masculinidades, al igual que las feminidades, son muchas y diversas. Pero en este sistema donde el hombre blanco heterosexual sigue siendo el centro de lo correcto e impone su imagen para que los demás sean como él, la construcción cultural y social está hegemonizada.
En su escrito La construcción social de las masculinidades, Rosario Otegui plantea que hay por delante una “tarea de desconstruir, relativizar y complejizar, aquello que aparentemente, y desde la perspectiva del sentido común, adquiere el estatuto de lo real y natural: la existencia unívoca y universal de algo que pudiéramos rubricar bajo los rótulos de los siguientes binomios dicotómicos: macho/hembra, hombre/mujer, masculino/femenino. Dicotomías que, desde esta perspectiva, organizarían los supuestos niveles diferenciales y diferenciados en la construcción de las identidades de sexo-género”.
A menudo, y en nuestras propias familias, nos encontramos con comentarios y acciones que tienden a fortalecer cada vez más esta construcción planteada. El azul para los varones y el rosa para las mujeres. Los autos para los nenes y las muñecas para las nenas. El fútbol para los machos y el hockey para las hembras. El que trae el pan a la casa es el hombre, mientras que la mujer cocina y cría a los hijos. Si cruzas las piernas al sentarte, seguro que sos homosexual. Si sos mujer y te gusta el boxeo, sos una marimacho. Si una esposa va a salir de su casa debe pedirle permiso a su marido. Si un marido vuelve borracho a la madrugada, mejor que la mujer le abra la puerta porque se la tira abajo a patadas y la caga a cachetadas. Más te vale que si tenes la voz fina empieces a fumar para agravarla porque los machos tienen la voz gruesa. Si sos mujer ni se te ocurra tener relaciones con quien te dé la gana al igual que hacen los hombres porque vas a ser consideraba socialmente como una puta. Si sos hombre y no tuviste sexo a los 15 o 16 años, vas a ser centro de dos posibles miradas: o sos un virgo o capaz que sos puto.
Ojo con lo que escuchas, cuidado con las películas que te gustan, fijate de elegir un deporte acorde a tu sexo, sé precavido con lo que opinas y pensas, y ni hablar de lo que haces. Todo, pero absolutamente todo está dispuesto para seguir fabricando superhéroes que no lloran, que son fuertes y que pueden contra todo; contrariamente a la construcción de princesas que esperan ser rescatadas por sus príncipes azules, frágiles y dispuestas a ser “buenas madres y mejores esposas”.
De allí que Rosario Otegui, una reconocida escritora en la materia, invite a que “empecemos a considerar que es precisamente la constitución sociocultural de las identidades de género la que está en la base de las formas aparentemente naturales de vivencia de los sexos. De tal forma que el comportamiento y la interiorización de la identidad del «macho» de la especie humana —con sus características de agresividad, incontinencia, primariedad, etc.—, lejos de ser el resultado de un destino biológico, sería la forma social en la que la sociedad occidental y algunas otras, constituyen una de las representaciones sociales de la masculinidad —que hasta hace poco tiempo ha sido hegemónica— y ello a pesar de la existencia de otras masculinidades alternativas y ocultadas”.
Volviendo al tema del “Crimen de Villa Gesell”, lo que se intenta expresar es que la estigmatización de una disciplina deportiva no va a evitar ni cambiar futuros hechos de similares características. Pero sí lo puede hacer el acto de que comencemos a juzgar nuestras construcciones sociales, nuestras acciones frente a situaciones que nos ponen al límite, nuestras maneras de resolver los problemas, las formas en que presionamos a los demás a actuar y ser como la hegemonía heteropatriarcal nos lo impone.
Ni el hombre debe ser violento ni la mujer frágil. La sociedad se debe una deconstrucción y una nueva manera de crear seres sociales enmarcados en una cultura de la tolerancia y la racionalidad, sin descuidar jamás la importancia de poder demostrar nuestros sentimientos, sin tener que reprimir lo que nos pasa, buscando una salida más efectiva que el hecho de ocultar quienes verdaderamente somos para encajar.
El rugby, el fútbol, el boxeo, las muñecas, el color rosa, el cruzar las piernas o el tener la voz afeminada no son los problemas. El problema central está en la carga que le ponemos socialmente a la manera en que somos, en la prohibición de lo que no podemos ser y en la aceptación de prácticas que por el hecho de estar impuestas, son la norma vigente.