Por Franco Sarachini
La democracia, al igual que cualquier tipo de organización social y sistema de gobernación, tiene sus diversas ramas. Cada una de ellas, con particularidades distintas, algunas más propicias a la apertura del debate y la participación ciudadana plena, y otras, más conservadoras y enquistadas en formas de poder que construyen líderes en lugar de representantes.
Dentro de dichas ramas podemos encontrar algunas formas de democracia, como la indirecta o representativa, la semidirecta o participativa, y la directa. Y también democracias que son distintivas en cuanto a sus clases, como la liberal o la socialdemócrata, sólo por mencionar algunas.
En este complejo sistema, hay varios elementos a tener en cuenta, que son justamente los que terminan definiendo el tipo de democracia que tenemos. Entre ellos se pueden contabilizar la igualdad como eje, y la limitación o el control del poder, por ejemplo.
En la década de los 90, y según propias palabras de Guillermo O`Donell, politólogo y uno de los estudiosos más acérrimos de nuestro sistema de gobierno y el de Latinoamérica, se comenzó a gestar una democracia delegativa. En su argumentación, y distinguiéndola de la democracia representativa, evalúa que fue encarnizada por gobiernos como los de Carlos Saúl Menem en Argentina, el de Alan García en Perú, y el de Fernando Collor de Mello en Brasil. “La esencia de esa concepción es que quienes son elegidos creen tener el derecho y la obligación de decidir como mejor les parezca qué es bueno para el país, sujetos sólo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones. Creen que éstos les delegan plenamente esa autoridad durante ese lapso. Dado esto, todo tipo de control institucional es considerado una injustificada traba; por eso, los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar esas instituciones”, analiza O`Donell en una columna redactada para La Nación el 28 de mayo de 2009.
En su análisis, expresa que los líderes delegativos suelen surgir de una profunda crisis, pero no toda crisis produce democracias delegativas; para ello también hacen falta líderes portadores de esa concepción y sectores de opinión pública que la compartan.
Pero he aquí algunos datos que son importantes sumar al debate cuando se habla del marcado surgimiento de este nuevo estilo de democracia. Uno de ellos tiene que ver con la consolidación en gran parte de Latinoamérica de lo que se llamaron gobiernos neoliberales, con una idea marcada de la privatización, el desguace de la industria nacional, la pérdida de identidad cultural y la apertura casi total que permitió la invasión del exterior.
Con la globalización llegó también la idea de una comunidad ampliada, donde las particularidades propias que hacen a lo esencial de cada nación, de cada región, de cada territorio, quedó despojado del debate social. Pero al mismo tiempo, el grado de individualidad fue en desmesurado ascenso, lo cual debe haber contribuido inevitablemente a que cada vez nos preocupemos más por lo propio, por nosotros, y dejemos de lado lo colectivo.
La participación ciudadana, el control de los gobiernos y la fiscalización del Estado quedaron así en manos de unos pocos, que aprovechando el momento, tomaron decisiones amparados en esa figura todopoderosa que se les había otorgado, a la vista de que la ciudadanía comenzaba a pensar meramente en lo individual…todo eso en un marco de pan y circo, como indican muchos autores que estudiaron el proceso de los 90 en el continente.
De la mano, y por supuesto con el tiempo, devino en una crisis de institucionalidad donde parecía que la era de las ideologías había terminado. Quisieron con ese discurso también despojar a la sociedad de su criticidad, homogeneizando absolutamente todo, tratando de mostrar que la totalidad era igual.
Con la mencionada crisis, se acentuó la democracia delegativa. Y aunque algunas cuestiones como el final de las ideologías quedaron demostradas como una falacia, este tipo de representatividad ha sido cada vez más difícil de sortear.
En una charla de café con Alejandro Montbrun, Licenciado en Ciencia Política y autor de la guía “Herramientas de Democracia Semidirecta y otras formas de Participación Ciudadana en Villa General Belgrano”, cuenta sobre el surgimiento del sistema gubernamental que nos rige y cómo se fue generando la delegación de esa participación social, fiscalización y control del poder. “Yo creo que hay una cosa clara, que tiene que ver con lo que se ha dado a llamar democracia delegativa, una deformación de la democracia representativa. Cuando surge la democracia en Atenas, era una democracia directa donde se reunían en asambleas y allí lo que decidían era ley”, relata Montbrun.
Pero con el trascurso del tiempo y el surgimiento de los Estados, la masividad de población y los nuevos desafíos a regir, ese estilo fue imposible de sostener, pasando a una democracia representativa, y finalmente degenerando en la delegativa. En ésta, la voz del pueblo no está en los represen-tantes, sino que encomien-dan sus demandas a los representantes, que concluyen accionando de manera arbitraria. “Indudablemente el constitucionalismo ha dejado algunas huellas de esta democracia directa transformada en la democracia semidirecta, que son estos institutos donde el pueblo no decide en última instancia, pero participa. Participa por ejemplo pudiendo hacer una ordenanza y poniéndola a consideración del electorado. Y luego, en el caso de nuestros pueblos, el Concejo Deliberante la toma, la modifica, la aprueba o la deshecha. Pero es allí donde participa el ciudadano en decisiones de gobierno”, explica el licenciado.
De la experiencia que viene sosteniendo Villa General Belgrano surge su guía, en la cual especifica como herramientas de esta democracia semidirecta a la Iniciativa Popular, el Referéndum, la Revocatoria Popular de Mandatos, y otras que se han impulsado en la localidad calamuchitana como el trato íntimo con los Centros Vecinales y el hecho de comenzar a debatir socialmente la posibilidad de un Gobierno en Comisión.
Es importante saber que todo este tipo de herramientas están incluidas en los estamentos de formalidad tanto nacional como provincial, permitiendo a las comunas y municipios (por supuesto que dependiendo de cada ley provincial) avanzar en un régimen más plural, abierto a la intervención ciudadana, donde la toma de decisiones no sea única potestad de los gobernantes.
Para ello, vale decir también que hay que caminar en sentido de una comunidad organizada, interesada en la generación de proyectos, en el control gubernamental y en la conquista de resoluciones. Y aunque parezca lejano, basta a veces con emprender el camino y hacer minuciosamente un transitar que nos vaya llevando a esa manera de gobierno.
En ese aspecto, entender que no solo tenemos derechos sino también obligaciones, puede ser un buen puntapié inicial.